domingo, 13 de marzo de 2011

Velocidad inconsciente.

El sonido moría al girar a la izquierda. Era lo único que entendía con claridad y por eso siguió corriendo, calle abajo. Los pensamientos se agolpaban cada vez con más rapidez y los rostros se desdibujaban como en otro tiempo. Cuando luchaba contra los demonios sin miedo a morir. No había tiempo de explicarlo. Cada vez que el cielo era testigo de aquella huida su poeta interior la obligaba a vomitar un soliloquio en silencio y a empezar otra vez. Luego despertaba empapada en sudor, como si las pesadillas sólo fueran una ilusión y llevara una doble vida nocturna sin ser realmente consciente.

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