jueves, 27 de enero de 2011

Excesos prematuros.

Conoció el mundo a los quince años, cuando dejó de cortarse el pelo, cuando la pelusilla de su rostro comenzó a espesarse, cuando sus vaqueros raídos empezaron a resultarle más atractivos que la ropa nueva que mamá le obligaba a comprar, cuando se dio cuenta de que sus viejas zapatillas le llevaban a más lugares que los absurdos mocasines que la abuela le regaló por Navidad.

Conoció el mundo cuando dejó la música que sonaba en la radio por inercia y empezó a escuchar los viejos discos de Bob Dylan con los que papá lo aburría de pequeño. Cuando por primera vez cayó en sus manos un libro de Hermann Hesse y entendió que la vida era difícil y que sentir dolor era inevitable.

Conoció el mundo la primera vez que pasó la noche fuera y la primera gota de alcohol le quemó la garganta. Conoció el mundo cuando pasó todo el día siguiente vomitando y con un dolor de cabeza martilleante que papá y mamá describieron como resaca.

Conoció el mundo cuando empezó a esconderse para fumar cigarrillos y cuando, meses después, le ofrecieron un poco de marihuana y descubrió que su percepción era una farsa que podía mejorar con una sola calada.

Conoció el mundo el primer fin de semana que papá y mamá lo dejaron solo y se llevó una chica a casa. Lo conoció cuando sintió vergüenza al plantarle cara al dependiente y pedir condones. Conoció el mundo cuando la masturbación comenzó a ser más frecuente y sintió la frialdad y el vacío del porno.

Conoció el mundo la primera vez que intentó escribir algo y había tanta rabia en el papel que sintió que todo estaba cambiando. Lo conoció cuando comenzó a escapar de clase para caminar y fumar cigarrillos en aquel descampado.

Conoció el mundo cuando comenzó a discutirlo todo, cuando empezó a ser consciente de que la injusticia se respiraba en el aire y de que sentía la necesidad de rebelarse contra el universo entero.

Conoció el mundo cuando comenzó a ser consciente de que dormía solo y a anhelar lo que otros ya tenían, ignorando que no es fácil suplir ciertos vacíos y culpándose a cada instante al pensar que no estaba hecho para el amor.

Conoció el mundo cuando todo empezó a importarle. Cuando dejó de ignorar que los problemas son un día a día al que había que plantar cara. Cuando sintió la fría hostilidad de los que lo rodeaban y deseó que todo fuera diferente.







May God bless and keep you always,
May your wishes all come true,
May you always do for others
And let others do for you.
May you build a ladder to the stars
And climb on every rung,
May you stay forever young,
Forever young, forever young,
May you stay forever young.

May you grow up to be righteous,
May you grow up to be true,
May you always know the truth
And see the lights surrounding you.
May you always be courageous,
Stand upright and be strong,
May you stay forever young,
Forever young, forever young,
May you stay forever young.

May your hands always be busy,
May your feet always be swift,
May you have a strong foundation
When the winds of changes shift.
May your heart always be joyful,
May your song always be sung,
May you stay forever young,
Forever young, forever young,
May you stay forever young.

(Bob Dylan)

miércoles, 26 de enero de 2011

En las fronteras de una piel húmeda.

Allí, a mil kilómetros de distancia, en el motel más viejo del mundo donde una bombilla parpadeaba con desgana. Allí, bajo una lluvia espesa y la tormenta gritando con su voz ronca. Allí donde el mundo no llegaba pero ellos aparecían. Huyendo de la muchedumbre, huyendo de la nada, huyendo del ruido y del silencio. Allí donde un sofá destartalado fingía ser un sitio donde descansar. Allí donde cada veinte años, se oía un coche pasar por la autopista que el cielo tejía. Allí, donde la noche era más oscura que la propia oscuridad y el calor abrasaba. Allí, donde las verdades no importaban porque al estar tan lejos del mundo, vivían otra vida que nadie llegaría a conocer. Allí donde nada existía salvo dos cuerpos en la carencia latente de más piel que huesos.

viernes, 21 de enero de 2011

Rayos migratorios.

Siguió a los pájaros consciente de que un futuro incierto se aproximaba. Al fin y al cabo, ¿no poseían un sexto sentido que les indicaba a dónde huir? Entonces se convirtió en pájaro. Vivió como pájaro. Voló como pájaro. En un horizonte de lienzos tardíos.
-Te concedo tres deseos- dijo el genio.
-Y supongo que esto tiene trampa.
-¿Por qué habría de ser así?- contestó el genio con una sonrisa pícara.
-Porque nadie da duros por pesetas. A lo mejor en esa lámpara las cosas son distintas, pero el mundo está cambiando.
-Pues pide algo que lo arregle.
-Está bien. Deseo un mundo pacífico, lleno de altruísmo y buenos sentimientos.

Y allí estaban los dos. Genio y mujer. Solos. El mundo entero había desaparecido ante la perspectiva de un deseo imposible.

-Lo siento, era la única manera de darte lo que querías.
-Me lo temía... Deseo que todo vuelva a la normalidad.
-Hecho- Y el murmullo apareció de nuevo.
-Y ahora deseo que dejes de ser un genio y vivas como humano. Para que entiendas como funciona el mundo real.

Entonces el genio se volvió hombre, y, desconcertado, preguntó a la mujer por dónde tenía que empezar.

-Busca un trabajo.
Eran tan diferentes que jamás pudieron verse. Una vivía de noche, con un dolor de cuerpo exasperante. El otro vivía de día, con una sonrisa radiante. Entonces comprendieron que no ser como el resto es lo que los mantenía en constante unión distante. Y provocaron un eclipse.

miércoles, 19 de enero de 2011

Lo que Sylvia nunca dijo.

Sylvia se levantó aquella mañana tan importante. Era el día de la audición. Su prueba. Había pasado la noche sin dormir imaginando el momento. Fingiendo gestos en duermevela.

Ni siquiera había pensado qué ponerse. Como siempre en los momentos importantes, no estaba preparada. Pensó en aquel vestido de seda. El vestido lavanda que llevaba el día en que decidió tener valor de presentarse a aquella prueba, su prueba.

Una vez recompuesta, se colocó aquel pañuelo negro transparente sobre la cara, y empezó a decir sus frases una y otra vez, una y otra vez. Las dijo tantas veces que se le olvidaron. Joder. Las había olvidado.

Entonces comenzó a buscarlas en todas partes. Metió la mano hasta su garganta, miró en sus costados, abrió su corazón y no las encontraba, no las encontraba. Con las manos empapadas corrió hacia su cama. La almohada. Era la almohada quien había escrito su guión. Ella lo tenía, lo guardaba.

Algo más tranquila. Se calzó las sandalias como si pensara caminar millas. Como si el metro no la llevará directamente a aquel frío edificio donde interpretaría su guión. Su gran papel.

Sylvia salió a la calle. El aire era mucho más frío de lo que esperaba. Mucho más. Y de repente algo se le movió dentro. Su percepción se alteró. O se agudizó. O lo que fuera. De repente el suelo comenzó a temblar. Todo daba vueltas, y más vueltas. Vuelve a casa, Sylvia. Le decía la voz de un remitente desconocido. Vete a casa. Vete a casa. Vete a casa. Todo el mundo la miraba y cada vez el espacio era más pequeño. Sus pasos eran lentos y la pesadilla pareció durar años, pero Sylvia llegó a su destino.

Ensayó mil poses en el espejo del ascensor. Preparó su voz. Preparó su alma. Preparó su cuerpo. Y una vez en la habitación, miró a los ojos a aquel hombre trajeado, que probablemente fuera el director. Se miraron a los ojos durante unos segundos hasta que él articuló: "eso no hay quien se lo crea".

Sylvia hizo el camino de vuelta sabiendo que algo había cambiado para siempre. Nunca pudo pronunciar sus palabras. Nunca pudo decir lo que necesitaba decir. Le habían abierto una herida que nunca llegaron a cerrarle. Y allí se quedo, parada en medio de la calle, con sus palabras robadas, con el corazón colgando de un hilo y la sangre circulando por inercia. Porque nunca llegó a entender. Jamás. Y sus pies quedaron fijos en el suelo gracias a la gravedad.

domingo, 16 de enero de 2011

Pasos por goteo.

¿A dónde vas con esos pies? ¿A dónde?, por esa calle inmensa de ladrillo en la que todos grabaron sus miedos. ¿A dónde vas con esos ojos? Con esa mirada de ilustración secreta, que atrae a los monstruos porque todos querrán besarte. Niña de sonrisa carmín. Niña de paciente impaciencia. Niña de mente atemporal.

El viento, siente envidia al despeinar tus cabellos. Quiere tocarte de forma constante y no puede, porque como viento que es, pasa. Niña que como el viento recorre la ciudad. Niña prohibida. Niña.

De carne. Niña en carne de mujer. Niña de suave piel en días de lluvia. Niña de lluvia amiga del agua. Agua que se pega en tu cuerpo. A tus pasos de niña. Niña con corazón de poeta henchido. Niña poeta. Niña plena. De luna. Niña de luna. De noches en que un ángel pasa a través de su cuerpo queriendo atesorarla para siempre.

Niña de tacto. Niña de resurrección. Niña de música fuerte en los oídos. Niña de pasos. De pasos de equilibrista. Niña de prisa sin prisa. Niña de estrellas que hablan en la noche. Niña de nubes que hacen el amor con el sol y nublan el día. Niña.

Niña que habla de la niña. Niña.

viernes, 7 de enero de 2011

Las entrañas del retorno.

Sylvia tiene el pelo de un color cobre intenso. Tan intento que cuando el sol se refleja deslumbra a los caminantes. Sus ojos son de un azul profundo y parecen vivir contínuamente un día de lluvia. Veinticuatro horas no son suficientes nunca para todo lo que tiene que sentir, por eso madruga.

Hoy Sylvia se ha levantado tan temprano que ha esperado al sol durante horas. Se ha servido un café tan cargado que no volverá a dormir en años. Pero eso es lo que quiere, en realidad. Se ha duchado con el agua tan caliente que podría haberse ido por el desagüe. Desnuda, se ha mirado al espejo el tatuaje de su vientre. Era demasiado joven cuando se lo hizo, tal vez entendió el significado antes que nadie. Esa serpiente roja y verde se muerde la cola. Es un círculo perfecto. Cerrado. Sin un escape.

Sylvia se viste despacio. Elige la chaqueta blanca, esa que siempre la acompaña cuando algo va a cambiar. Recuerda que hace años, en el mismo lugar, de la misma manera, pensó en el tatuaje. Pensó en aquella serpiente y en el círculo. Cómo todo se movía. En círculos. Pensó que ese día era igual que aquel día y sólo recordar el sentimiento era una carga. Sin embargo, también recuerda que muy poco después todo cambió, y de repente el círculo se separaba un poco para dejar entrar el oxígeno. Y entiendió también que las aguas vuelven a su cauce cuando se está preparado.

Se calza unos tacones que le pesan enormemente, pero son tan bonitos que hoy los necesita. Preciosos. Preciosa. Esa es Sylvia.

Sylvia prefiere ir caminando al trabajo porque tal vez se está perdiendo algo que a la velocidad de un automóvil no puede percibir. Es un gran paseo, pero las aceras están llenas de señales y sabe que un día, muy cercano, se despertará y ahí estará el cambio. Ese cambio. Sólo espera que dentro de muchos años no tenga que despertar pensando en el maldito tatuaje. Aquella verdad que desde muy joven quiso marcar.

Sylvia camina. Todo empieza. Y puede que un día siga en línea recta. Quién sabe.

jueves, 6 de enero de 2011

Retratos con dientes.

Luna era una niña extraña. Veía monstruos a plena luz del día y por las noches jugaba dentro del armario. Iba a la biblioteca todas las semanas buscando libros sobre dar vueltas sin marearse. Era la primera en clase, la más inteligente. Leía y leía para tratar de entender el mundo pero siempre terminaba dibujando hipótesis en una gran pizarra.

Qué niña tan extraña. Les pintaba sueños terroríficos en la frente a todas sus muñecas. Escribía mensajes de auxilio en la pared porque la divertía. Luna no era como las demás. Era evidente a los ojos de sus padres, sus amigos, compañeros y maestros. Todo el mundo la miraba de forma especial. Con admiración e inseguridad a la vez.

Pero a Luna no le importaba nada de eso. La diferencia entre esa niña y los demás es que Luna era valiente. Luna no tenía miedo a nada ni a nadie. Se atrevía a vivir y sufrir, a hablar y escuchar, a creer y aprender. Luna no tenía miedo porque sabía que el miedo paralizaba los cuerpos e impedía las vivencias, siempre. Luna siempre era paciente porque era valiente para sentarse a esperar. Luna siempre sonreía porque no tenía miedo a llorar después. Luna era una niña especial, o extraña. Era la niña más fascinante del mundo en el que vivía.

Y cuando se hizo mayor, voló a un planeta nuevo donde no existía la gravedad.

lunes, 3 de enero de 2011

A la arena enlatada la llaman reloj.

Eva comenzó a trepar el árbol sintiendo envidia de la serpiente. Luego encendió un cigarrillo. Se tapó los oídos. Habían llamado señorito al poeta. Lo habían desvirtuado.

El poeta, previsor del tiempo. Con sus entrañas tintadas. Pasando de papel en papel. Nunca bebió de aquella copa. La derramó y miró al pintor.

El pintor, ilustrador de sueños en perpetuo movimiento. Acompañado siempre de sus pinceles. Con olor a disolvente en los dedos. Apuñalaba el lienzo con saña para no acabarlo. No quería dejar de pintar al duende.

El duende, repartiendo suerte a los demás. Ambicionaba con fuerza lo que podía dar y no obtener. Le quemaba rociar con aquel polvo dorado incluso a quien no lo merecía. Quería ser aquel río que observaba el bosque.

El río, caudal de frío y nueva vida. Pasa y pasa y pasa. Recorre los lugares inevitablemente. Con el tiempo. Que se escapó de aquel reloj de arena. Y al resquebrajarse el cristal se hizo eterno.