
El poeta, previsor del tiempo. Con sus entrañas tintadas. Pasando de papel en papel. Nunca bebió de aquella copa. La derramó y miró al pintor.
El pintor, ilustrador de sueños en perpetuo movimiento. Acompañado siempre de sus pinceles. Con olor a disolvente en los dedos. Apuñalaba el lienzo con saña para no acabarlo. No quería dejar de pintar al duende.
El duende, repartiendo suerte a los demás. Ambicionaba con fuerza lo que podía dar y no obtener. Le quemaba rociar con aquel polvo dorado incluso a quien no lo merecía. Quería ser aquel río que observaba el bosque.
El río, caudal de frío y nueva vida. Pasa y pasa y pasa. Recorre los lugares inevitablemente. Con el tiempo. Que se escapó de aquel reloj de arena. Y al resquebrajarse el cristal se hizo eterno.
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