domingo, 12 de diciembre de 2010

Adentrándose en el ser. Raíces.

Sentada en aquel viejo sofá de terciopelo rojo. Fumaba despacio, el humo imaginaba formas imposibles. Su té se enfriaba. Era uno de aquellos momentos en que el tiempo no existía. Como si hubiera estrellado un reloj. El espacio se hacía infinito. Sólo el sonido del teléfono la devolvió a la realidad, de golpe.

"¿Qué quieres ser?" Escuchó al otro lado de la línea. Sabía quien era, pero el mensaje era más importante. Quiero ser un árbol.

El silencio se hizo al otro lado, esperando una explicación, una razón contundente que justificara una respuesta tan inesperada.

"Sí, quiero ser un árbol. Uno enorme. Alto, fuerte, frondoso. Con las hojas más bonitas y verdes que jamás nadie haya imaginado. Quiero ser un árbol, con grandes raíces para nunca olvidarlas. Que soporte las peores tormentas, las lluvias que calan los huesos, que en los días de sol resplandezca. Quiero ser confortable y que los soñadores se acomoden en mí a leer sus libros. A imaginar sus sueños. A planear como realizarlos. Quiero ser un misterio en la noche y que los más osados se atrevan a adentrarse en el bosque para descubrirme. Quiero un mundo interior en mis ramas. Quiero ser un árbol, sí. En un bosque encantado donde los fantasmas paseen sin ser atormentados. Un bosque para las verdaderas almas, las inquietas, las inocentemente perversas, las sensuales, soñadoras, las espirituales. Eso quiero ser. "

Sin ni siquiera ser consciente, el cigarrillo se había consumido. Marcando un antes y un después. Verde. Más que nunca. Lo sintió en su centro de gravedad. Sus piernas.


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