Buenas noches, Señor Búho. Disculpe que le importune a estas horas en las que, probablemente, no tenga usted nada mejor que hacer.
-Buenas noches señorita. No me importuna, descuide. Iba a contar estrellas y asustar a los descuidados que se adentran en el bosque, pero nada más.
De acuerdo. ¿Le importa que charlemos un rato?
-En absoluto. Como ya le he dicho, no tengo nada mejor que hacer. Uh, espere. (Se acomoda en la rama) ¿De qué quiere hablar?
En realidad no lo sé. Tiene usted un bello plumaje, ¿dónde lo consiguió?
-Esa historia se remonta a la posguerra, ¿de verdad quiere escucharla, señorita?
...No. En realidad no. No se ofenda. Es sólo que me apetece quedar boquiabierta y creo que esa historia puede sacarme más de un bostezo.
-Oh, no me ofendo, señorita. No se preocupe. Esa historia me hace bostezar también. Pero usted ha preguntado y yo he respondido.
Sí, tiene sentido. ¿Cómo aprendió usted a hablar? En fin, es un búho, y no es una de sus características más conocidas.
-(El búho asiente con cierto gesto narcisista) Es cierto. Esa historia sí que puede interesarle. En realidad siempre pude hablar. Desde el momento en que nací. El problema es que nunca lo intenté.
¿En serio?
-Sí. Durante muchos años me dediqué a comunicarme con mis semejantes como lo hace mi especie. El caso es que siendo yo un joven curioso y ágil (no como ahora, que me ayudo de mi gastado bastón), tomé el hábito de pasar las noches volando de árbol en árbol, observando las costumbres de sus habitantes. Era divertido, he de reconocerlo. Algunos leían o bailaban, recortaban hojas en forma de corazón o echaban cabezadas ilegales.
Es curioso.
-No lo es, en realidad. La parte curiosa viene ahora. Una noche, en mi largo recorrido por el bosque (siempre con mucha cautela) observé a un anciano que sostenía un libro de poemas. Ante mis ojos, el anciano abrió el libro y empezó a recitar.
Supongo que se llevaría usted un buen susto.
-No me ha dejado terminar, señorita. Esa es justo la parte de la historia que viene ahora.
Lo siento.
-No se preocupe. Es usted joven, yo mismo tuve ese defecto. El caso es que tras asustarme muchísimo, como ya ha adivinado, el anciano me pidió que me calmara y me dijo que yo también podía hacerlo si quería. Simplemente me senté, abrí el pico y pude hablar, por primera vez.
¿Cuál fue su primera palabra?
-Poesía.
¿En serio?
-No. Sólo intentaba hacerme el interesante. Es usted una señorita lista. Mi primera palabra fue cómo. ¿Cómo podía ser? Y esa es la historia. Desde entonces he intentado convencer a los animales del bosque para que intenten hablar, pero ninguno lo hace. Todos creen que no pueden.
Es una historia magnífica. Parece hasta una fábula. Y podría haberla escrito yo.
-Ya lo está haciendo, señorita.
¿Cómo?
-¿Es que acaso no se está dando usted cuenta de que está soñando? Vamos, usted es una criatura imaginativa, pero, ¿de verdad ha creído estar hablando con un búho?
Sí.
-Está usted loca. Aún así, ha sido un placer conocerla. No olvide dar forma a mi historia. Pues puede que nunca nadie sepa de mí si no es a través de usted. Buenas noches.
(Y entonces desperté y busqué al búho bajo la cama.)
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