No lo había pensado. Precisamente ese era el problema. Que no lo había pensado y cuando lo pensaba quería dejar de hacerlo para no pensar en no pensarlo. Por eso se despertaba en mitad de la noche y cerraba la ventana para no calarse hasta los huesos.
"Menuda la has hecho esta vez, guapa". Últimamente su querido subconsciente mantenía unas conversaciones apasionantes con ella. Magnífico. El caso es que ni entendía ni dejaba de entender. Fumaba cigarrillos para transportarse a una dimensión en la que encontrar algo. Una canción. La noticia de un periódico. Una novela policíaca. Un grafiti callejero. Algo. Que le dijera cómo se había metido en aquel lío.
"Creo que son ya seis noches, querida". Otra vez su maldito subconsciente. Seis noches, sí. Seis noches. Escuchando aquel cristal romperse. Seis noches despertándose calada de lluvia hasta los huesos. ¿De dónde venía esa lluvia? Tendría que dejar de imaginar. Joder. Estaba haciendo realidad los imposibles más imposibles de la historia de la imposibilidad.
Y otro cigarrillo. Y de repente un soneto la paraliza como hielo. Y otro. Y los dibujos de su pared, esos personajes que pinta cuando está de buen humor y quiere dar y dar y dar vida, se quitan el sombrero.
Son ya seis noches de pupilas oscuras y sonrisas desencajadas, sí. Por primera vez se ha dado cuenta de que cuando agarra una pluma se transforma. Y todo es posible y posible y posible. Y da miedo porque lo crea y lo crea y lo crea. Lo crea. Lo crea. Y por fin consigue respirar y volver a la cama. Cuando crea no descansa.
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